Las ondas sísmicas viajan más rápido en el
manto que en la corteza, porque éste se compone de un material más
denso. Por consiguiente, las estaciones más lejanas al origen de un
terremoto reciben ondas que han viajado a través de las rocas más
densas del manto y por tanto han adquirido mayor velocidad.
En 1914 se descubrió el núcleo terrestre y se definió un borde agudo del
núcleo y el manto a 2,900 km de profundidad, donde las ondas P se
refractan y disminuyen velocidad.
Existen estudios más detallados que muestran otras divisiones como el
área de baja velocidad ubicada entre los 60 y 250 km de profundidad,
que se interpreta como una zona de alta plasticidad de los materiales
del manto, y la discontinuidad de Wiechert que se manifiesta a los 5,150
km y parece diferenciar al núcleo en dos partes concéntricas.
Sabemos entonces, siempre por métodos indirectos, que la Tierra está
formada por diversas capas de distinta densidad y composición. La
corteza es la parte más superficial del manto y hasta una profundidad
de unos 100 km se denomina litosfera. A los 2,950 km de profundidad
se describe la discontinuidad llamada de Gutenberg o fundamental, que
separa el manto inferior del núcleo externo. Al pasar del manto al núcleo externo, aumenta la densidad (de 5.5 a 10 g/cm3) pero disminuye
drásticamente la velocidad de las ondas P (de 10.5 a 8.0 km/s), y las
ondas S no se transmiten. Esto indica que el material del núcleo externo
es líquido. Tanto la densidad como la velocidad de las ondas P aumentan
con la profundidad hasta llegar a los 5,150 km, donde se encuentra la
discontinuidad denominada Lehmann entre el núcleo externo y el núcleo
interno; este último es sólido y llega hasta el centro de la Tierra situado
a 6,371 km de profundidad.